La religión celta no es realmente muy conocida y la información sobre ella nos viene dada directamente desde los autores clásicos, los cuales no solían ser testigos directos de lo que ocurría en realidad en este mundo. Lo que si podemos conseguir es tener una idea aproximada del papel que ejercía la religión en esta cultura.
Una de las cosas que más impresionaron a los autores clásicos fue el profundo respeto que los celtas tenían por sus creencias y sus ritos, y sobre todo por lo majestuoso y violento de los mismos. Se habla incluso de sacrificios humanos, y, aunque es posible que estos se realizaran, seguramente no fueran algo común.
La naturaleza
Algo común a las religiones más antiguas, ya desde la prehistoria, es la relación directa que tenían las mismas con la naturaleza. Los fenómenos naturales eran estudiados y muchos de los dioses surgieron para intentar dar explicación a los mismos. La naturaleza era vista como algo vivo y cambiante, una dicotomía entre el dar la vida y arrebatarla cruelmente. Es una tierra en la que nacen los frutos y los pastos, pero que a la vez puede destrozar los mismos.
Es por eso que muchos de los rituales religiosos se realizaban en plena naturaleza, normalmente en los bosques, parajes considerados mágicos. También de esto se hacen eco los clásicos:
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Había un bosque sagrado, jamás profanado desde remotos tiempos, que con sus ramas entrelazadas encerraba un espacio tenebroso y unas gélidas sombras en cuyas profundidades no penetraba el sol. Este bosque no lo ocupaban los Panes, habitantes de campos, ni los silvanos, señores de los bosques, ni las Ninfas, sino los santuarios de unos dioses de barbaros ritos: aras construidas para siniestros altares, y todos los arboles purificados con la sangre humana. Si merece crédito la antigüedad, que sintió admiración por los dioses del cielo, incluso las aves temen posarse en esas ramas y las fieras acostarse en aquellos cubiles; ni siquiera el viento se abate sobre aquellas espesuras ni los rayos que saltan de los negros nubarrones: un horror especial anida en aquellos arboles, que no ofrecen su follaje a la caricia de brisa alguna.
Además, cae el agua en abundancia de sombríos manantiales y las lúgubres imágenes de los dioses carecen de valor artístico y se alzan, como bloques informes, de los troncos cortados. La propia impresión de abandono y el tinte pálido de los troncos podridos produce estupefacción: no se teme así a las deidades veneradas bajo figuras familiares:¡Tanto incrementa la sensación de terror no conocer a los dioses a los que se teme! Ya la fama contaba que a menudo mugían con terremotos las cóncavas cavernas, que los tejos se abatían hasta el suelo y de nuevo se levantaban, que brillaban incendios de malezas que no se quemaban, que se deslizaban dragones enroscados a los troncos. No lo frecuentan las gentes arrimándose para celebrar cultos, sino que lo han dejado a los dioses. Tanto si esta Febo en medio del firmamento como si ocupa el cielo la noche sombría, el propio sacerdote tiene pavor de acercarse y teme toparse de repente con el señor del bosque.
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Como vemos aquí los bosques aparencen como pordiedad de los dioses,que son propietarios de los mismos.El estupor que impregna a la gente y a los animales es el mismo que el que aparece en cujalquiera que llegue a ver a una divinidad.
La presencia de los dioses es perceptible en todas las manifestaciones de la naturaleza Incluso hay dioses menores encargados de cuidar de la misma, de los arboles, los riachuelos, los lagos o los animales.
Otra peculiaridad es que muchos de estos lugares aparecen como puerta al inframundo. Concretamente en la tradiciones irlandesa se habla de viajes al país de los muertos (catábasis, o descenso). En ocasiones un héroe monta en una nave mágica de bronce. En este viaje se encuentra al dios del mar y los difuntos, Manannan, y llega a un país maravilloso. Solo cuando se cansa de este es cuando decide volver.
Otros héroes hacen este viaje a través de los túmulos (los que nos podría llevar a vestigios de civilizaciones más antiguas) o de las cuevas, iniciando entonces un descenso. Es aquí donde alcanza un conocimiento mayor del mundo que le rodea.
Este naturalismo en la religión celta nos aparece también en las recopilaciones épicas antiguas. El Leabhar Ghabhala (Libro de las invasiones) tiene ejemplos claros de esto.
Yo invoco la noble Irlanda,
El este de la gran playa fértil del mar,
Fértiles montañas trepadas,
Trepados bosques de niebla,
Niebla de cascadas,
Cascadas de lagos en la había,
Bahía del pozo en la colina,
Pozo de tribus unidas,
Unión de reyes de Temair,
Temair colina de tribus,
Tribus de los hijos de Mil,
Mil el de los grandes barcos,
Grande la sublime Irlanda,
La muy pálida y grande Irlanda,
Un encantamiento de gran audacia:
La gran audacia de las mujeres de Breise,
De Breise, mujeres de Buaigne;
Fue ella en su morada, Irlanda,
Tomada por ti, Eremon,
Ir, Eber la invocan.
Yo invoco la tierra de Irlanda.
Aparece la naturaleza como el lugar en el que se establecen los dioses, las tribus más importantes de Irlanda y los jefes de las mismas. Más adelante Amhairghin, quien invoca a las fuerzas naturales en el poema anterior, se identifica a si mismo con toda la naturaleza dando a conocer los secretos de la misma.
Esto es la unión entre la naturaleza, la magia, la política y la religión.
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